La ECOCULTURA es algo que todavía no sabemos bien qué es. De momento, se
nos antoja como una senda por donde discurrir. De manera, que las ideas de este
manifiesto serán -inevitablemente- sólo una parada en ese camino para reflexionar en común.
Un momento de descanso en un claro del bosque, junto a una fuente y un
abrevadero, allí donde beben personas y bestias. El calvero está situado justo antes de atravesar un pequeño puente de piedra, con sus viejas losas gastadas por el uso y cubiertas de musgo. Un viejo puente que conduce a una ciudad nueva.
La ECOCULTURA es un nuevo paradigma del pensamiento y el arte, que trata de
guisar de otra manera el desaguisado con que los seres humanos cocinamos/calcinamos la biosfera. La ECOCULTURA es un guiso de puchero.
La ECOCULTURA es comunidad. Es la creatividad de cada una imbricada en el
común. Es el convencimiento de que la obra colectiva es más que la suma de las
partes que la componen.
LA ECOCULTURA es responsabilidad colectiva procomún, que nace del interior de las personas y va creciendo como un árbol de muchas ramificaciones, ramas y
ramitas, raíces y raicillas. Ciudad vegetal que busca la luz y se funde en la
tierra.
La ECOCULTURA, dicen los más místicos, no es más que biosfera consciente de sí.
Los pragmáticos responden que es la relación sostenible del artista con su
medio. Una nueva forma de encarar el debate milenario entre el campo y la ciudad.
La ECOCULTURA es equilibrio. Una manera de entender lo natural y lo artificial como complementos necesarios en equilibrio dinámico. En un ecosistema cultural
equilibrado, como en uno natural, todas las partes tienen su papel y son
importantes para el funcionamiento del todo. Si una de las partes falla todo el
ecosistema se resiente.
La ECOCULTURA es para el poeta un fluido verde que atraviesa las membranas
cerebrales y se convierte en pensamiento. Un líquido que retorna luego
transformado a la realidad de las cosas y las acciones humanas, cerrando así un ciclo natural que restituye el equilibrio del mundo.
LA ECOCULTURA apuesta por la vida, por la explosión de la vida fértil frente al arte entendido como mausoleo del dirigente. Reniega de la burocracia estéril, del
número vacío, de la vanidad del poderoso convertida en arte.
La ECOCULTURA entiende la muerte como anverso complementario de la vida. Trata de vivir la plenitud de la singularidad de cada ser, consciente de su inevitable final.
Sin falsos sueños de inmortalidad, engrasa el miedo primigenio con aceites
aromáticos de eneldo y madreselva.
La ECOCULTURA se aparta del mito de la gloria como impulso creativo. Toma la
senda de los espíritus, los panes protectores de nuestros antepasados, que
conforman la intrincada redecilla vegetal del tiempo pasado, presente y futuro.
La ECOCULTURA cree en los genios: duendecillos que moran los bosques y las
mentes creativas. Reniega de los famosos, que saturan la tecnosfera con su vana
palabrería.
La ECOCULTURA es simbiosis. Lo que aporta y es aportado. Práctica humana que renuncia a la selección natural y apuesta por el apoyo mutuo.
La ECOCULTURA es rizoma social, trabajo en red, ecolaboración. Geografía
compleja y horizontal. Cartografía ajena a las coordenadas verticales que
ordenan el mundo entre el arriba y el abajo.
La ECOCULTURA razona que no es necesario comerse el mundo para
aprehenderlo. Afirma que el arte no debe ser consumido sino creado y
gozado.
La ECOCULTURA es juego. Es volver al origen lúdico de la cultura, extirpando de su antiguo cuerpo andrógino los tumores capitalinos del arte como valor refugio del capital.
Juan Ibarrondo.
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